Morir, para el que muere es un acontecimiento inaprensible[1]. No es así para los que quedamos vivos y enfrentados a esa muerte, pues si bien no podemos experimentar ni asir el morir, no podemos dejar de inscribir esa muerte como muerte siempre de otro. Nos resta el muerto, nos queda el resto. Sus restos mortales son ese cuerpo ahora cadáver, que se vuelve presencia de la ausencia y se revela como agujero en nuestra existencia. Es ese vacío que ahueca nuestra voz, que opaca nuestra mirada.
Vacío opuesto y no menos fundamental y fundante que aquel que nos ofrece el cuerpo insuficiente y prematuro del neonato ya que todo humano nace marcado por una prematuración específica por la cual sin nuestro alimento, sin el ritmo de nuestro cuerpo, de nuestra voz, sin el espacio que le ofrece nuestra mirada no sobrevive biológicamente hablando. Y aún hace falta más. Al recién nacido, al darle esto, le pedimos. Durante mucho tiempo le pedimos que crezca sano, que sea nuestro orgullo, que realice nuestros deseos y estos incluyen los que no sabemos y los que desconocemos, los informulables y los inconfesables.
Con el muerto no dejamos de dar, aunque ya no es posible decir darle. Ofrecemos ritos, homenajes fúnebres, embellecemos su imagen o la injuriamos y de esa forma lo des-pedimos[2]. Esa muerte que deja sin amarre nuestra demanda y sin sostén nuestro deseo es entonces causa del desvelo (en ambos sentidos del término) que nos exige ese trabajo que llamamos duelo.
En ambos casos, lo que pedimos y des-pedimos concierne al carozo, a aquello que causando nuestros deseos se umbilica a la vida, revelando ser vehículo de creación o de destrucción de lo que llamamos civilización. En ambos casos está en juego la creación y recreación del Otro, o sea del mundo simbólico sin el cual no hay vida humana.
Morir entonces, de todas las cosas que afectan la vida de un hombre, es el único acontecimiento que él no puede atesorar como experiencia, que no le enseña nada ni puede transmitir como saber quedando entonces eso como tarea posible o imposible para los que lo sobreviven. Es la tarea del duelo que se puede aceptar o rechazar; aunque el que elija esta última opción no por eso dejará de ser un deudo más.
Morir entonces, se puede suponer, radicaliza hasta su disolución lo que llamamos intimidad. Corte completo que transforma al sujeto en puro ser.
En el ser que se va, sea querido, odiado o indiferente, definitivamente perdido, se revela el objeto que fue, que pudo haber sido, que podría serlo o que será la sombra del objeto del deseo de cada quién. Es nuestro ser el que se va con el objeto si acordamos con Lacan que el ser es la intención de significación, y de qué sino de ese objeto que se constituye por el acto de hablar y que está más allá de los objetos de intercambio y negociación, que se vuelve precioso, único e invalorable como causa de deseo. No se compra ni se sustituye, se produce en el salto que bordea el vacío que nos habita.
Es por eso que esa separación definitiva es también la máxima articulación con los otros. Esos otros que con nos-otros quedamos profundamente ligados a ese vacío, al agujero real que se revela en nuestro ser y aspirándonos nos convoca al duelo que es entonces raíz del lazo social humano que trasciende y articula la necesidad animal al complejo e inevitablemente conflictivo campo del deseo y de los sueños.
Su aceptación o su rechazo afectan a la comunidad toda y a la razón (logos) que la gobierna y por esto siempre es político y por lo mismo, desde su origen, la política estuvo ligada a la religión, al culto y a los rituales.
Entre la autoridad de la palabra que es la que se renueva y está en juego en la dimensión del duelo y la palabra de la autoridad hay una diferencia crucial que en la vida y en especial en lo que llamamos política siempre está en riesgo de perderse, de confundirse, de indiferenciarse. Y muchas veces, sólo el silencio nos preserva de la vocinglería que tal indiferenciación produce. Pero, si entre el aturdimiento que el dolor ocasiona y el estupor ante la estupidez canalla, la dignidad alcanza a producir un dique que nos ofrezca reparo, entonces la opción ya no es el silencio y se nos ofrece la dimensión de la palabra que concurre a realizar el duelo, a bordear el agujero, no para suturarlo, sí para que emerja algo nuevo, que no reemplaza lo perdido, más bien se apoya en él y lo preserva como falta, para inventar la vida que llamamos humana. Creación ex nihilo, que sostiene la imagen y la transforma ahí donde la imagen, lo imaginario, no nos deja ser animal ni dejar de serlo y en esa bisagra con lo animal se sostiene la entrada a otra escena y se conserva la fuente de sueños y deseos singulares.
Singularidad que sólo puede realizarse en su relación con el Otro, con lo Otro que también vive o desfallece de acuerdo al resultado. Lo que llamamos el Otro vive con lo nuevo que lo renueva y eso es nuestra invención, y desfallece en el estereotipo que lo esclerosa, que también es nuestro estigma : lejos ya de la marca en el cuerpo que en los santos extáticos hablaba de la participación de sus almas en la pasión de Cristo, lejos ya de la marca impuesta con hierro candente señalando infamia o esclavitud pongamos como ejemplo de nuestros estigmas hoy en día, las marcas que portamos, sabiendo y sin saber, de la captura mediática en la propaganda llamada política, tanto la oficialista como la opositora cuando reiteran la momificación que reniega la muerte y vuelve a excluir el trabajo de duelo que requiere tiempo e invención que permita inscribir la pérdida en la estructura de la vida, por lo que dicho trabajo se opone a la lógica de la pura ganancia. En esto y en tantas otras cosas no se diferencian de la lógica del mercado capitalista. Lejos estamos del comercio vital de las ferias.
Es la política en su vertiente parasitaria, es el parasitismo del Otro, como genitivo objetivo y subjetivo, como empuje al triunfo de Tanatos como retorno de la muerte que no pudo ser elaborada. Tanatos no es la muerte, es el nombre que Freud utiliza cuando pone en escenarios más vastos, como en El Malestar en la Cultura, aquello que inventa como pulsión de muerte en lucha interminable en cada uno de nosotros con la pulsión llamada de vida. Desde entonces, Eros y Tanatos están en cada uno de nosotros y como la muerte, la única que conocemos, la única que podemos elaborar es siempre la muerte de otro, es en el campo del trabajo de duelo donde la batalla incierta entre ambos contendientes vuelve a poner en juego el malestar en la civilización. El mismo malestar que Lacan define como malestar por el deseo y en el deseo.
La autoridad de la palabra es la que el sujeto realiza cuando la palabra, autorizada por el sujeto en su relación al Otro y a los otros, logra transformar la pérdida real en pérdida simbólica. Transfiere, duplica y transforma lo real de la pérdida en falta simbólica que renueva el llamado código sin el cual no hay legitimidad del lugar de la ley para cada uno, o sea, para todos.
El ser que ha muerto se nos revela en el duelo como habiendo sido el objeto libidinal (Freud) o fantasmatico (Lacan) que orientaba y sostenía el deseo. Engalanado por los elogios fúnebres, es el objeto imaginarizado el que ahora debe poder perderse una segunda vez. El duelo es el trabajo del conjunto significante que no se hace sólo sino con otros y que permite perder una segunda vez ahora como pérdida inscripta en lo simbólico lo que se ha perdido en lo real. Pero este trabajo requiere y produce la escena del mundo en la que se sostiene el corte en el que el sujeto renueva la vida en la singularidad de sus deseos. Por lo mismo, en cada duelo repercute lo que se representa en la escena del mundo, es decir cuando en la escena del mundo la muerte ha asolado a una generación, por la peste, por la guerra, por el terrorismo de Estado; cuando por la magnitud de lo sucedido o por la intensidad con la que alguien, más allá de sus intenciones, su jerarquía o sus capacidades, le haya tocado representar el Ideal del Yo y no haya defeccionado manifiestamente, en la escena del mundo, o sea en la política, vuelven a ponerse en juego las condiciones de posibilidad del duelo mismo.
En el duelo así realizado, esta segunda muerte, esta segunda pérdida se vuelve fecunda como creación de algo nuevo. Esa invención es la vida, ese es el trabajo de seguir viviendo. Es ese imperativo que tanto tiempo estuvo impedido en la Argentina por el inaudito trabajo fanático de la religión maniático-capitalista que en su delirio expresado en el “viva la muerte” se empeña en la desaparición del cuerpo para darle vida a la muerte. Hoy, ayer nomás, se expresa en la obscenidad de una “señora” de los medios de comunicación +iva, que en la mesa virtual en la que pretende sentar a la “gente” supone vacío el ataúd de Néstor Kirchner, dicho esto a los pocos días de la muerte del ex-presidente .Se equivocan quienes la suponen frívola, ignorante o tilinga. Más bien representa, en su malicia, la voluntad del amo expresada en su más refinada intriga. No quiere que haya entierro y duelo, quiere que sea un desaparecido más. Y esto porque, con la lucidez del canalla, entendió el valor político de este duelo, si es que logra realizarse como tal.
Algunos han sentido la muerte de Néstor Kirchner como la muerte de un padre, otros de un compañero y amigo y tantos otros como la de un enemigo sin saber que así lo ubicaban como padre. El se nombró como hijo de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Y el gesto simbólico de ellas, cubriendo con sus pañuelos el féretro crea el prerrequisito faltante para ese otro duelo, inmenso sin dudas, que atraviesa la historia argentina. Por primera vez, Madres y Abuelas de Plaza de Mayo enterraban a un hijo.
No es un dato menor que lo hicieran en el salón de los Patriotas, sin que esto signifique, al menos de nuestra parte, adherir al valor social que suele otorgársele al término patriota. Demasiado restrictivo para nuestro gusto, no suele incluir en ese Yo-ideal a tantos exiliados de adentro y de afuera, a tantos inmigrantes, cuyas corrientes, muchas veces forzadas, otras voluntarias pero siempre turbulentas en violenta alternancia de explotar y ser explotados, de colonizar y ser colonizados, de exterminar y ser exterminados han marcado la fundación y la historia de la Argentina al punto de ser considerado “país de inmigración” junto con Brasil, Australia, Canadá y EEUU. Para 1920, más de la mitad de la población de la ciudad de Buenos Aires eran extranjeros, y en todo el país alcanzaba el 30% según el censo de 1914 realizado por el Indec.
El racismo, o sea el miedo al otro convertido en extraño como defensa ante el retorno del propio mensaje, esto es, lo que hemos segregado: “no soy ese”, “no soy eso”, esa forma de convertir en intruso al que representa lo más propio, lo más íntimo y desconocido del propio colonialismo, tal es el retorno del racismo genocida.
Es una obviedad decir que en ese escenario más vasto (como le gustaba decir a Freud) se reencuentran las mismas instancias que constituyen al sujeto del que habla el psicoanálisis. No lo es, como ahora proponemos, decir que esa constitución también depende del duelo que también deben realizar aquellos que han matado, duelo por aquellos que han sido muertos, desposeídos y exterminados en el llamado proceso civilizatorio y en la construcción del estado nacional, real o simbólicamente, aunque ambas cosas sean diferentes y ahora subrayemos sobre todo el acontecimiento real del que está hecho el acontecer histórico que representa en el marco más vasto lo que se juega en cada escena llamada íntima. Es otra manera de entender el conocido neologismo de Lacan: la extimidad.
Es también obvio decir que no sólo la muerte convoca al trabajo de duelo y que cada migración lo supone, de forma tal que lo que llamamos identidad no puede ser ajena a las vicisitudes y a la magnitud y frecuencia con la que los obstáculos, externos e internos, para la realización del trabajo de duelo se han presentado en nuestra historia y han marcado, una y otra vez, las características de lo que llamamos política.
A menos de dos meses del comienzo del duelo por la muerte de Néstor Kirchner, duelo al que le suponemos la posibilidad de representar y posibilitar tantos otros, Formosa, Villa Soldati y Lugano son los nombres de la escena pública en la que ahora irrumpen esos otros “desaparecidos”, los extranjeros inmigrantes, sean de Bolivia o del Chaco. Sedimento oscuro y aluvional de las últimas décadas, en el que por supuesto coexisten nobles y canallas, pobres y ricos, desesperados y oportunistas ¿y que otra cosa eran los que componían las cohortes colonizadoras y posteriormente las grandes corrientes migratorias que poblaron la Argentina?
Es el origen el que retorna interpelando al otro, que es cualquiera de nosotros, para saber cual es su lugar en lo que llamamos el Otro, o sea el lugar del sujeto en relación a la ley. El lugar del origen en el Otro es siempre el lugar de la pérdida, dado que es siempre corte imperfecto. Parto que no permite partir pues sustituye el parasitismo del embarazo por el parasitismo del significante del Otro que inscribe el corte como pérdida.
Eso define el trabajo de duelo como la invención que al no colmar la ausencia y convertirla en falta simbólica permite proyectos que no aspiren al todo-ganancia.
Aún precaria y contingente esa extraterritorialidad posible en relación al discurso capitalista, hace no sólo a la existencia del sujeto sino también a la posición del psicoanalista, que ya no puede desentenderse ni escolarizar los problemas y preguntas que surgen de lo que el psicoanálisis, quiero decir su práctica, nos enseña.
Todavía en época colonial y después de la guerra, Lacan toma en análisis a “tres personas del Alto Togo” y muchos años después, el 18 de febrero de 1970, en la posición que le permitía su seminario, en este caso el titulado “ L’anvers de la psychanalise”, en el anverso o reverso, haciendo teoría de su práctica, hace la siguiente observación: “era el inconsciente que les habían vendido junto con las leyes de la colonización, forma exótica, regresiva, del discurso del amo, frente al capitalismo que llaman imperialismo. Su inconsciente no era el de sus recuerdos de infancia- esto era palpable-, sino que su infancia era vivida retroactivamente con nuestras categorías”, y poco más adelante: “Aquí, en esta encrucijada, enunciamos que lo que el psicoanálisis nos permite concebir es ni más ni menos esto, que está en la vía enunciada por el marxismo, a saber, que el discurso está vinculado con los intereses del sujeto. Es lo que Marx llama, en este caso, economía, porque en la sociedad capitalista esos intereses son enteramente mercantiles. Pero como la mercancía está vinculada con el significante-amo, denunciarlo de este modo no resuelve nada. Porque después de la revolución socialista la mercancía no deja de estar vinculada con este significante” Esto fue dicho nueve años después de aquel momento del seminario en el que el colonialismo francés producía en Argelia la insurgencia de los mismos militares que transmitirían el manual de tortura a los militares argentinos, momento en el seminario en el que Lacan dirá, tratando de ubicar su posición como analista: “aquí hay un tema que valdría la pena que se considerara en la génesis histórica de lo que se llama el colonialismo- el de una emigración que no sólo invadió países colonizados, sino que también abrió países vírgenes. El recurso que se les dio a todos los hijos perdidos de la cultura cristiana valdría la pena que fuera aislado como un recurso ético, que sería erróneo obviar en el momento en que se miden sus consecuencias”. Los hijos perdidos son los “sin herencia”, a los que se les dio licencia de emigrar en pos de una restitución de la tierra de la que quedaban desarraigados. Pobres contra pobres es el caldo de cultivo del racismo que en el siglo XX se transforma en el rostro, el fascio del nazismo. Fascio significa haz, haz de varas débiles que unidas significan fuerza, tal como lo dice el viejo vizcacha en el Martín Fierro, tan mentado por los racista locales.
Habrá que inventar entonces otro discurso en relación a los intereses del sujeto y en ese trabajo el psicoanalista no puede estar ausente, es su trabajo permanente, quizá imposible pero no por eso menos inevitable si no quiere ausentarse del psicoanálisis.
Buenos Aires, 23 de diciembre del 2010
Luis María Bisserier
politicas-psicoanalisis.blogspot.com